“¡Qué niños somos! ¡Con qué vehemencia suspiramos por una mirada! Las señoras salieron en coche, yo buscaba los ojos de Carlota. Su mirada vagaba, de un lado a otro, sin dirigirse a mí. Pasó el coche y lo seguí con la vista. Carlota sacó la cabeza por la portezuela y se volvió a mirar. ¡Ah!... ¿Era a mí? Acaso se volvió para verme; acaso…”
“Quisiera que vieras la estúpida cara que pongo cuando la gente habla de Carlota y, sobre todo, cuando me preguntan si me gusta. ¡Gustarme! ¿Qué hombre habrá a quien no le guste, a quien no le robe el pensamiento y todo sus ser?”
“¡La veré!, exclamo con júbilo por la mañana cuando al despertarme dirijo mis miradas hacia el sol naciente. La veré, y no tengo otro deseo en todo el día”.
“Hay ocasiones en que no comprendo cómo puede amar a otro hombre, cómo se atreve a amar a otro hombre, cuando yo la amo con un amor tan perfecto, tan profundo, tan inmenso… cuando no conozco más que a ella, ni veo más que a ella, ni pienso más que en ella”
“Tienes razón cuando dices que aquí abajo habría menos amarguras si los hombres no se dedicasen con tanto ahínco a recordar los dolores antiguos, en vez de soportar con entereza un presente tolerable”
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